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miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 3 Viernes Parte 2

Lo ayudé a incorporarse, cruzamos la calle y llegamos a la portería. Esperaba encontrarme con Mariana, porque sino me vería forzado a cumplir mi trato de pagar un par de cervezas. Me dirigí al ascensor como cada día y esperamos frente a él hasta que oí su ruido al bajar.
Al abrirse la puerta levanté la cabeza y allí estaba ella también con uniforme y como no su par de acompañantes con sendos uniformes que para nada se parecían al de la joven entre ellos. 
Me quedé mirándola perdiendo así la noción de tiempo y espacio, imagino que con cara de gilipollas, hasta que Julián reaccionó preguntando:
-¿El ascensor va subiendo?- tras haber estado en estado de trance al igual que yo.
Los dos guardaespaldas no hicieron siquiera amago de responder, tan sólo ella levantó su mano y apunto con su índice hacia el suelo dándonos a entender que su destino era el garaje. Todavía no sería tan afortunado como para oír su melodiosa voz. Era preciosa aquella muñeca con las mejillas sonrosadas. Hicimos caso omiso a su gesto y nos subimos.
Giré mi cabeza para ver la expresión de asombro en la cara de mi amigo, cuya habilidad para el disimulo era nula, aunque más que habilidad era un defecto. Afortunadamente ella estaba distraída escuchando música. Lo que permitió analizarla como el día anterior.
Se había alisado su pelo de color oro, que como la última vez, le caía ordenadamente por los hombros. Su fino cuello estaba encogido para así poder ver su blackberry. Sus delicadas manos apretaban las teclas de su móvil más rápido que una clásica secretaria de oficina. 
Al parecer era una persona que como muchas otras dueñas de blackberry había desarrollado una obsesión que la hacía puramente dependiente de este.
Se bajaron en el sótano y las puertas se cerraron dejándome con el suspense de cuando la volvería a ver. Julián permaneció callado, y el silencio suspiró algo parecido a:
-Te has ganado un par de cervezas- a la vez que presionaba el botón del primer piso. 
No me había equivocado, esperaba que mi mudo acompañante se bajara allí, quería estar un rato en la exclusiva compañía de mi mismo fantaseando en mi habitación.
Éste comprendió la indirecta y se bajó según lo había planeado, se giró antes que las puertas chocaran.
-Eres un tío con suerte- dijo mientras agitaba su dedo índice apuntado en mi dirección.
Seguí mi camino hasta el décimo piso y antes de llegar sentí un cosquilleo en la pierna, no podía ser una erección a pesar de estar pensando en ella, era el vibrar de mi móvil en el pantalón. Lo saqué, era mi amigo Montes llamando, probablemente ya inquieto por saber la hora a la que nos encontraríamos. Le di al verde y dije:
-Ahora no tio- al mismo tiempo que le colgaba y volvía el móvil a su lugar original, sin darle tiempo a decir siquiera hola.
Era el momento indicado para escuchar cualquier canción de amor, en ese momento entendí porque el 90 % de las canciones en el mundo, sin importar el idioma, el género o el movimiento, son de amor. Porque cuando estás enamorado, cualquier verso romántico te recordará a esa persona hasta el punto que llegues a creer en una pequeña parte de tu ser que fue escrita para ti y para aquella persona que vive en tu cabeza.
Saqué mis llaves, subí las escaleras y sin apenas saludar a nadie salté de espaldas una vez en mi cuarto, cayendo así sobre mi colchón. Me puse mis cascos Sony y dejé que mi Ipod hiciera el resto dejando que las horas pasaran con los ojos abiertos mi techo blanco mientras escuchaba atentamente la letra de las canciones que como previamente mencioné revivieron los pocos instantes que estuve junto a Mariana.

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