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sábado, 2 de abril de 2011

Capítulo 2 La Vecina parte 2

En el transcurso de aquel gran día que mi cabeza había predicho en un comienzo, me di cuenta, que aunque parezca improbable, las tías buenas se mudan, y lo que es imposible es que se muden a tu edificio.
Pues sí, me había tocado la lotería sin duda. 
Susurré su nombre para mi mismo repetidas veces, Mariana, Mariana, Mariana… Tantas cosas haría con ella, ir al cine, sacarla a cenar, ir a un bar, a bailar, ver películas, dedicarle canciones, componérselas, darle rosas, regalos, escribirle cartas.
Un momento, me dije a mi mismo bajándome ipso facto de la nube en la que permanecía. Yo tenía novia.
Sin embargo aquel sentimiento de culpa fue tan leve como pasajero. Y pocos instantes después ya había sido sustituido otro completamente diferente, que más que sentimiento yo lo definiría como impulso físico. Debía conocer sus horarios para así, encontrarme con ella ''por puro azar'' en los ascensores. Comencé a su vez a buscar el gimnasio ''bodytech'' más cercano en Rosales.
La caza furtiva había comenzado. Y en este caso, era un ejemplar único en peligro de extinción. Y como mi padre solía decirme: ''Cuando un Llanes se propone algo, lo consigue''. 
Con aquella mentalidad competitiva había sido criado yo. La palabra más detestable para mi padre es ''mediocridad''. 
-Tienes que ser el mejor  en todo lo que hagas, esta sociedad es una jungla, en la que sobreviven los más fuertes- exageraba mi padre rozando incluso el darwinismo. 
Nunca le gustó la idea de que yo tuviera novia. En su opinión a esta edad yo debía tener ''amiguitas'' según él, no le gustaba que yo me distrajera tanto o perdiera el tiempo escribiendo cartas o gastándome la paga en cenas apenas teniendo 16 años. Ya tendría tiempo para fundirme la tarjeta de crédito en mujeres más adelante, o mejor dicho que se la fundieran.
En conclusión aquel 20 de febrero, no había sido un día más como cualquier otro, y daba gracias por ello y aún más por tener semejante vecina. Sin embargo no había sido un día memorable, y fue por ello que llené de coraje mi pecho y decidí bajar a su casa cuando hubiese llegado del gimnasio. Así que me quité el uniforme, y me puse una ropa más decente ya que la ocasión lo ameritaba a pesar de ser un jueves. Una vez listo, llamé de nuevo a Ríos, quien por mucha comida que le diera yo, debía estar un tanto harto de mi.

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