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jueves, 28 de abril de 2011

Capítulo 3 Viernes parte 7

De pie frente a ellos a unos escasos 10 metros, la primera gota de lluvia cayó sobre mi cabeza y continuaron cayendo ligeramente al comienzo.
Miré a ambos lados con una marea de pensamientos inundando mi cabeza, la cual mantuve fría aquellos eternos segundos jugando un pulso con la mirada manteniéndola clavada en mi receptor.
Moví mi mano derecha que temblaba sutilmente con una gota de agua escurriendo hacia mis dedos. Noté las llaves en ella aún con la más afilada disimuladamente colada entre mis dedos.
Estaba más asustado que una monja con retraso.
-¿La plata quieres?- le pregunté irónicamente al chaval con navaja en mano mientras metía mi mano en el bolsillo derecho fingiendo coger algo. Había dejado ya toda intención de parecer argentino y mostré mi verdadera cara.
El atracador asintió y acto seguido escupió un salivazo más sólido que líquido al pavimento plagado de huecos. Pero no era el momento precisamente para sentir asco.
Agarré fuertemente mis llaves dentro de mi bolsillo, cabían en mi puño sin embargo había un total de 6 llaves y mi llavero de Llanes. 
No llevaba encima nada más doloroso para tirar, me iba a doler en el alma perder el llavero de mi tierra y más me iba a doler la ostia que me propinaría mi padre cuando se enterara de ello. Pero era un sacrificio que valía la pena, al fin y al cabo se trataba ni más ni menos de salir ileso de allí.
Entre aquellos pensamientos divagando por mi mente recordé una frase de mi profesor favorito, Maldonado, que más que un profesor era como un colega, y siempre la repetía para cualquier caso. Me imaginé a mi mismo gritando: ''¡A mí no me roba ni San Pedro Apóstol'' pero yo no era un héroe de cómic ni tenía un as bajo la manga que me salvara de la situación con semejante frase.
-Pues hasta luego- grité tan alto como pude a la vez que sacaba mi mano cargada y la lanzaba con todas mi fuerzas directamente al rostro del atracador joven.
No había trazado una estrategia mejor en lugar de ello pensaba en que la mañana siguiente tendría un resfriado por la lluvia que acababa de empezar. El viejo no me preocupaba ya que además de no estar armado no estaba en condiciones de perseguirme y con esas barbas aún menos. A no ser que cargara una pistola encima y no creo que estuviese dispuesto a desperdiciar una bala en mí.
El gesto fue tan espontáneo que no le dio tiempo a esquivarlas. Sin embargo cuando escuché el sonido de mis llaves chocando el pómulo izquierdo de aquel sujeto yo ya estaba corriendo en dirección contraria tan rápido como podía sentía que no podía controlar las piernas a tal velocidad. Esperaba haberle dado en un ojo al menos o haber  conseguido condicionarle de alguna manera para la carrera.
Seguido del golpe inmediatamente escuché el ruido de sus reebok chocando contra el suelo mojado corriendo en mi dirección. Al parecer el hombre que estaba a su izquierda segundos antes también se había lanzado en mi captura.
Oía toda clase insultos y barbaridades que difícilmente llegaba a comprender ya que estaba con mis 5 sentidos puestos en decidir el rumbo a seguir, ya que aquella calle no parecía conducir a nada.
-¡Joder ahora flato*!- me quejé a mi mismo cuando comenzó la clásica molestia debajo del estómago provocada por una mala respiración en carrera.
De repente dejé de escuchar dos de las cuatro pisadas que venía oyendo desde que comenzó el sprint por conservar mi móvil, y en el peor de los casos camisa y pantalones. El de las barbas había desistido, imagino que debido a su incapacidad física.
Al final de la calle giraba a la derecha pero en la penumbra no era capaz de calcular cuanto faltaba hasta un cruce. En el momento que giré para seguir por aquella calle, el pavimento estaba tan húmedo y resbaladizo que fue demasiado para mis zapatos de suela lisa que que me hicieron caer con la cadera al cemento. 
En el instante en que puse las manos en aquel húmedo suelo para incorporarme, escuché de nuevo cuatro pisadas tras de mí. Al verme caer había retomado el ritmo el que previamente se había detenido.
Ni siquiera miré atrás habrían recuperado los metros que adelante con las llaves.
Vi caer una piedra a mi izquierda, el cabrón se había detenido a coger algo que tirarme. A pesar de ello su puntería no era proporcional a su barba.
De repente sentí un duro golpe en la espalda, que casi incluso me deja sin respiración. Sin duda me había dado con una piedra, al parecer tenía experiencia lanzando piedras, o ladrillos. Algo grande me había dado pero en caliente no notaba tanto el dolor.
¿Cómo era posible que hubiera calles tan escondidas y tan desiertas? Esa era la pregunta que me hacía esperando que alguien me socorriera.
Tenía las manos heladas, la respiración muy agitada mientras inhalaba aquel frío demoledor de Bogotá a esas horas.
Saqué el blackberry de mi bolsillo, pero era incapaz de digitar los dos botones para desbloquearlo y por lo tanto era imposible escribirle a alguien.
Llegué a un cruce, mi orientación en ese punto era nula de modo que torcí a la izquierda sin siquiera pensarlo. Cuando repentinamente oí el ruido de alguien resbalándose al igual que yo en el cemento. Giré un segundo la cabeza y ahí estaba el jovencito tirado en el suelo, el mayor pasó a su lado pero en lugar de ayudarle siguió por mí.
No podía más ya estaba por desplomarme cuando recibí otra pedrada en el hombro izquierdo que fue suficiente para dejarme dar apenas un par de pasos y hacerme yacer sobre el pavimento. Al menos había llegado a una calle con más luz y con algo de suerte, más transitada.


Flato: es el dolor abdominal que surge en ocasiones al realizar ejercicio físico, en latinoamérica se conoce como bazo.

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